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La selva

Los principios de sustentabilidad aplicados  a la actividad turística son relativamente nuevos, habiéndose desarrollado a partir de disciplinas como Ecoturismo, Turismo de Aventura, y Turismo Responsable. Estas formas contemporáneas de “hacer turismo” fueron ganando relevancia hacia fines de los años ochenta y cimentaron con fuerza y entusiasmo las practicas conservacionistas y sustentables debido a la creciente preocupación sobre la fragilidad de nuestro medioambiente y la factibilidad de la Industria Turística como protectora y subvencionadora de la conservación de los Recursos Naturales y Culturales de la zona en que esta se desarrolla.

En 1987, el “Reporte Brunland” frente a la Asamblea General de las Naciones Unidas alertaba al mundo entero sobre la urgencia en lograr rápidos progresos a favor del desarrollo de un modelo económico que pudiera ser sustentable al no atentar contra los recursos naturales y que no dañe el medioambiente.

Este reporte apelaba al gran público general y alcanzó notoriedad logrando popularidad debido a sus vanguardistas conceptos  sobre desarrollo sostenible, gestando ideológicamente lo que hoy llamamos Turismo Sustentable.

Resultado de estos inicios es el nacimiento de la aplicación de la sustentabilidad en la actividad turística, la cual se enfoca a mantener un balance adecuado a nivel socio-económico y ambiental para garantizar a las futuras generaciones el acceso a los mismos recursos que hoy disfrutamos. Ya sean estos, culturales o naturales.

Es decir, esencialmente un Futuro para todos.
Un gran número de organizaciones gubernamentales, fundaciones y entes sin fines de lucro han venido difundiendo el concepto y la necesidad de la aplicación de la sustentabilidad en el quehacer turístico. A partir de este nuevo criterio diversas entidades han redactado principios y parámetros sobre standards sustentables para el sector.

Hoy se define al turismo sostenible como aquel que mantiene el equilibrio entre los intereses sociales, económicos y ecológicos”.

A su vez, la Organización Mundial del Turismo en el año 2000, agregó que “el turismo sustentable es aquel que atiende las necesidades de los viajeros actuales y de las regiones receptoras, al mismo tiempo que protege y fomenta las oportunidades para el futuro”.

Tomando este tipo de conceptos y avanzando en relación a la actividad turística responsable que desarrollamos desde Yacutinga Lodge les presentamos los siguientes principios,  los cuales deseamos sean aceptados por nuestros huéspedes, por nuestros proveedores, por las agencias vendedoras relacionadas a nivel comercial con nosotros, dado que nuestra Empresa realiza magnánimos esfuerzos para instaurar esta filosofía turística .

Las Cataratas del Iguazú

Las Cataratas del Iguazú, son sin duda las más bellas del planeta, no sólo por sus espectaculares saltos sino también por estar ubicadas en un entorno de vegetación subtropical, formando parte del Parque Nacional Iguazú. Este majestuoso capricho de la naturaleza, convertido en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, está formado por 275 saltos de hasta 70 metros de altura diseminados en forma de herradura. Se trata de un escenario natural impactante que se presenta como una de las más maravillosas vivencias para dar rienda suelta a nuestros sentidos y emociones.

Los diversos saltos de agua, se deben recorrer a pie, mediante circuitos de fácil acceso demarcados por pasarelas construidas con esa finalidad. Se atraviesan puentes, escalinatas y senderos colmados de vegetación, se disfrutan las magníficas vistas desde abajo y desde arriba para llegar al punto de máximo asombro: La Garganta del Diablo. Desde su mirador las aguas producen una bruma densa al caer estrepitosamente por un vacío de más de 80 metros de altura. Debido a esta bruma, normalmente el paisaje se completa con la formación de uno a dos arcoiris simultáneos.

Como excursión más extravagante le recomendamos formar parte de la Excursión de Luna Llena, organizada por Guardaparques. La idea es observar el arco iris, pero esta vez formado por la Luna.

La Cultura Guaraní

En el centro de América del Sur se había asentado -tras lentas migraciones de América Central- un grupo étnico con una gran extensión territorial: los Tupi-Guaraní.

Antes del inicio de la Era Cristiana, se generó movimiento migratorio que produjo una escisión. Por una parte los tupies se dirigieron hacia la costa atlántica y hacia el norte, tomando el curso del Amazonas y sus afluentes. Por la otra parte, el grupo de guaraníes se movía hacia el oeste y sudeste, tomando la cuenca del Río de la Plata.

Las migraciones se dieron por diferentes motivos, uno de ellos fue la búsqueda de la “tierra-sin-mal”. Se trata de una tierra fértil y apacible, donde se puede vivir a gusto, Pero a ella puede sobrevenir el mal, entonces hay que superarlo o abandonarla. Son males para los guaraníes una tierra agotada, que ya no es apta para la agricultura, o que en ella se produzcan muchas enfermedades, epidemias y muertes; o si hubiera desorden, desentendimiento y conflictos sociales o políticos entre los miembros y familias de la comunidad.

Los guaraníes, empleando canoas y balsas para viajar por los ríos, escogían un lugar para instalarse que debía cumplir los requisitos del típico “paisaje guaraní”: terrenos surcados por ríos, de alturas más bien bajas y temperaturas moderadas. Se trata de pueblos migrantes, lo que no quiere decir nómadas sin residencia fija, buscaban tierras aptas para desarrollar su agricultura muy productiva de maíz, mandioca, batata, porotos, maní, calabazas y zapallos, bananas, ananás, algodón, tabaco y muchas hierbas medicinales, cuyos excedentes motivaban grandes fiestas y distribución equitativa de productos conforme a una buena economía de reciprocidad y de dones.

La ocupación de nuevos territorios no siempre fue pacífica. A veces encontraban tribus locales muy fuertes que les impedían avanzar, y debieron torcer el rumbo; en otras, realizaban violentas conquistas y guaranizaban a los vencidos.

Luego de sucesivas migraciones que se prolongaron durante siglos, sus territorios ocupaban una extensa región del litoral que se extendía entre el río Tieté al norte, llegando hasta territorios hoy uruguayos; penetrando hacia el interior a través de las cuencas de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay, instalándose en territorios paraguayos, sureste boliviano y el norte argentino donde además llegaron a habitar las islas del delta bonaerense.

La región que ocupaban era, sencillamente, colosal y formaban distintos núcleos con denominaciones diferentes, separadas por enormes distancias y tribus de otros grupos. Su lengua fue aprendida por diferentes pueblos y fue útil para usarla en el comercio, y con el tiempo se convirtió en la lengua general conocida por las tribus del sur del Brasil, Paraguay, este de Bolivia y noreste argentino.

Debido a las migraciones se fueron instalando en lugares diferentes y así con el paso del tiempo, si bien conservaron los aspectos fundamentales de su cultura, fueron adquiriendo otros y tejiendo una historia propia.

A la llegada de españoles y portugueses a esta parte de América hacia 1500 los Guaraníes ya formaban un conjunto de pueblos – la “Nación Guaraní”-, que tenían un mismo origen y hablaban un mismo idioma -con diferentes lenguas-, habían desarrollado un modo de ser que mantenía viva memoria de antiguas tradiciones y se proyectaba hacia el futuro practicando la agricultura.

Los jesuitas respetaron en gran parte la unidad del territorio guaraní entre los ríos Paranapanema, al norte, el Río de la Plata al sur, los Andes al oeste y el Atlántico al este, fundando en los siglo XVII y XVIII más de medio centenar de pueblos.

El colonialismo europeo, tanto portugués como español, explotó la mano de obra guaraní, causando muerte y destrucción cultural. El colonialismo actual es igualmente agresivo, al despojarlos de sus tierras y fragmentar sus territorios.

Las Misiones Jesuitas

Los Jesuitas comprendieron que para proteger a los indios había que hacer comunidades separadas de las zonas colonizadas por los europeos. Allí podrían vivir con libertad y dignidad, aunque tuviesen que pagar tasas a la Corona. Así llegaron a establecer y administrar 30 pueblos de la zona del río Paraná hasta su expulsión en 1768 por orden de Carlos III rey de España. Hoy día solo persisten ocho, de los demás quedan solo ruinas y recuerdos. Suele llamárseles “las ciudades perdidas del Paraguay”.   Estas ruinas están en 3 países, Paraguay, Argentina y Brasil.

Existieron casi constantemente en estado de asedio, por un lado los Paulistas o bandeirantes portugueses y los colonizadores españoles que acechaban cazando esclavos, por otro, las costumbres nómadas de los indios que nunca habían vivido en ciudades.

Para defender a los indios, los jesuitas correctamente insistían que la obra misionera caía dentro de la competencia del Papa y no de los reyes de España. Los Jesuitas trataron de mantener a sus indios aislados de los colonizadores españoles por dos importantes motivos: proteger a los indios de ser esclavizados y aislarlos de la inmoralidad que era común entre tantos europeos.

Es sorprendente y sólo puede explicarse como obra de Dios que por 150 años, un grupo de sólo 50 a 60 sacerdotes gobernaron a más de 140,000 indios impartiéndoles el Evangelio, y lo mejor de la cultura europea. Lo hicieron sin obtener ventajas materiales. Hombres de una profunda vida espiritual sólidamente fundamentada en Cristo. Hombres llenos de amor a Cristo y a su pueblo, dispuestos y bien entrenados para sufrir lo necesario para “mayor gloria de Dios y el bien de las almas”. Su espiritualidad se apoyaba en los “Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola” (que son una forma de meditar disciplinadamente el Evangelio para vivirlo profundamente) y en el “discernimiento de espíritus” (reglas para distinguir la inspiración del buen y del mal espíritu). Tenían además una formidable formación como sacerdotes católicos.

Rara vez algún indio abandonó las Reducciones mientras los Jesuitas las gobernaban, y nunca mataron a ningún jesuita. Los indios de las Reducciones nunca hicieron un intento importante de rebelión. Algo muy extraordinario entre las instituciones humanas.

Las comunidades eran cristianas. El amor a Cristo, a la Iglesia, la moral cristiana era el ideal que se enseñaba, se basó en comunidades libres. Cada indio tenía su vida privada familiar y propiedades personales. También había bienes comunes.
La planificación de los pueblos se centraba alrededor una gran plaza. Junto a esta, la Iglesia era la construcción más importante. También junto a la plaza estaba la escuela donde se impartía la formación religiosa y humana.

Había una “casa de resguardo” para los huérfanos y viudas, talleres para tallar piedra y madera, fabricar instrumentos de todo tipo, incluso musicales, escuelas de pintura, huertas, ganadería y un cementerio, lugar sagrado para los indios.
El antropólogo inglés John Hemming, quien es muy hostil al cristianismo, reconoce que “Los jesuitas fueron los más decididos e inteligentes de las órdenes misioneras. Sus misiones en Paraguay constituyeron el intento más exitoso de conversión y aculturación entre todos los indios sudamericanos.” “ningún colonizador del siglo XVIII estaba dispuesto a soportar el tedio y las privaciones propias de la vida en los pueblos de los indios sólo para dar instrucciones sin interés alguno”

Muchos, aun entre los cristianos critican la obra misionera alegando que a los indios no se les debe influenciar en ningún modo. Se olvidan del mandato de Nuestro Señor de “predicar el Evangelio a todas las naciones y hacer discípulos de todas las gentes” (Mateo 28,18). Es cierto que no se debe confundir el Evangelio con todos los aspectos de la cultura occidental, pero eso no ocurrió en las Reducciones. Los Jesuitas quisieron proteger a los indios de los abusos de los europeos.

Ellos vinieron en nombre de Jesucristo a compartir el mayor tesoro: la fe en Jesucristo y al mismo tiempo darse ellos mismos por amor compartiendo cuanto sabían que podía ayudarles. Por ejemplo los Jesuitas de las Reducciones abolieron pena capital la cual se practicaba en aquella época en todos los países europeos (fueron la primera sociedad occidental en abolir la pena capital). Por otra parte prohibieron el canibalismo que se practicaba en América. Los Jesuitas servían de maestros y verdaderos padres, visitaban diariamente a los enfermos, compartían la dura labor corporal con los indios codo a codo.

Los Jesuitas respetaron la cultura guaraní al mismo tiempo la enriquecían con las cosas buenas de la cultura europea. En las Reducciones se enseñaba español pero se permitía hablar el guaraní lo cual no era permitido por la corona española.

El historiador Ernest J. Burrus responde a las críticas: “Al exigir que a todos los pueblos se les debería dejar solos, algunos antropólogos y etnólogos pasan por alto una obvia realidad: excepto para muy pocos y pequeños enclaves humanos, los pueblos, desde mucho antes de la historia conocida, han actuado sobre otros y han reaccionado a ellos. Al mismo tiempo que la humanidad se desarrolló, tal acción y reacción se extendió también más y más. Esto sucedió en cada región de la tierra. Mientras más aprendemos sobre cualquier pueblo, mas encontramos que ha sido `influenciado'”.

El problema que tuvo más graves consecuencias en la vida de los guaraníes y la actuación de la Compañía de Jesús fue el tratado de Madrid de 1750 y la permuta de las siete misiones orientales por Colonia del Sacramento, ya que esto provocó su expulsión.

La Colonia del Sacramento había perdido su importancia como base de contrabandistas ingleses al instalarse el asiento británico en Buenos Aires por el tratado de Utrecht. Pombal, valido de Carvajal y doña Bárbara, se propuso cambiarla por las florecientes Misiones Orientales compuestas por los siete pueblos misioneros de la parte oriental del río Uruguay; y de paso hacerse reconocer la soberanía portuguesa en Río Grande y Santa Catalina hasta ese momento discutida por los españoles. Eso, y una estrecha alianza con Portugal, fue el objeto del Tratado de Permuta de 1750.

Este estipulaba que se devolvía la Colonia definitivamente a España. Pero ésta debía entregar en compensación a Portugal todo el territorio comprendido entre los ríos Uruguay e Ibicuy (Río Grande del Sur), en el que se hallaban situados siete pueblos fundados y gobernados por los jesuitas y habitados por cerca de 30.000 almas. Los pobladores debían retirarse a la margen occidental del Uruguay, dejando en manos de sus odiados enemigos portugueses todas sus casas, iglesias, tierras y sementeras, por lo cual se les daría en compensación la suma de cuatro mil pesos por pueblo.

Los jesuitas reclamaron en todos los tonos y ante todas las instancias; protestaron ante el Virrey, la Audiencia, el Consejo de Indias, el confesor del monarca y el monarca mismo, apoyados en su argumentación por la opinión más esclarecida de la provincia. Pero fue en vano. Fue inútil que denunciaran la clara intención portuguesa de penetrar en el camino Hacia el Perú para acercarse a las regiones ricas. El rey Fernando VI, se obstinó en que se acatara su real mandato y envió una comisión integrada por el marqués de Valdelirios y el P. Lope Luis Altamirano para hacerlo cumplir.

Andonaegui advirtió en seguida el error cometido y trató de dilatar la ejecución, con la esperanza de que la Corona, mejor informada, volviera sobre sus pasos. Sabía que tendría que luchar contra las abnegadas milicias guaraníes, cuya fidelidad a la monarquía española e inúmeros servicios prestados las hacían acreedoras a un trato más honorable.

Debió salir a campaña y apechugar con la desdichada faena de combatir el súbdito fiel y secular hermano de armas en provecho y con la ayuda del tradicional enemigo.

La lucha fue dura y sangrienta. Hubieron de prevalecer naturalmente las superiores dotes militares de Andonaegui, que le dieron la victoria en un postrer combate librado el 10 de febrero de 1756, en el que murieron 1.500 nativos guaraníes.

Se estaban cumpliendo las disposiciones del tratado cuando llegó a Buenos Aires el sucesor de Andonaegui, don Pedro de Cevallos, ilustre general que se había hecho famoso en las guerras de Italia. A poco de desembarcar se trasladó a las misiones y estableció su cuartel general en San Borja.

Pronto se hizo cargo de la situación y advirtió el error cometido y la doblez de la política lusitana, sobre todo lo cual empezó a informas minuciosamente a su gobierno. El jefe portugués, maestre de campo Gómez Freire, no sólo dilataba la ocupación del territorio que le correspondía, sino que avanzaba lentamente hacia el sud, tomando posiciones fuera de los límites establecidos en el tratado y lejos de devolver la Colonia, reforzaba subrepticiamente sus defensas,, fomentando desde allí un intenso contrabando. Ante esa evidencia, Cevallos pidió insistentemente a España el envío de tropas y armamentos, a la vez que se preparaba para la lucha reforzando la guarnición de Maldonado.

La circunstancia feliz de la muerte de Fernando VI, en agosto de 1759, hizo que se lo escuchara. El nuevo rey Carlos III se apresuró a anular el Tratado de Permuta. Por lo demás, el cambio de política con que se inauguró este reinado y la firma del nuevo “pacto de familia” hacían inevitable la guerra con Inglaterra y Portugal.

El Mate, nuestra bebida tradicional

El origen de la yerba mate se pierde en el tiempo y la tradición americana registra la misma leyenda en el norte de Argentina y en los estados sureños del Brasil.

El nombre mate deriva de la palabra quechua mati, palabra que se utilizaba para llamar a la calabaza recipiente, que era mas fácil de pronunciar para los españoles que la guaraní caiguá, que cumplía la misma función.

Los nativos Guaranies, sorbían la bebida de recipiente por medio de la tacuapí, pequeña cañita usada a modo de bombilla, o bien mascaban sus hojas durante sus largas caminatas.

Según el historiador Ruíz Díaz de Guzmán, fue Hernando de Arias y Saavedra, en 1592, quien descubrió la yerba mate en las guayacas (especie de monederos), de unos nativos que cayeron en su poder.

Muy pronto se difundió esa bebida, de la que los españoles exageraban sus beneficios. Los jesuitas la preparaban en forma de té (mate cosido), porque desconfiaban del mate con bombilla, atribuyéndole connotaciones diabólicas, por lo cual se le aplicaron toda clase de prohibiciones. Hasta se lo denuncio a la Inquisición de Lima en 1610 como “sugestión clara del demonio”.

Curiosamente fueron los jesuitas fueron los primeros en dedicarse al cultivo de la yerba mate de nombre científico IlexParaguariensis o IlexTheazans.

Estudios realizados en Estados Unidos indican que la yerba mate es rica en polifenoles, antioxidantes con gran poder para el sistema inmunológico, la defensa del organismo, protegiéndolo de la destrucción celular por los radicales libres. La infusión de yerba mate se reveló como un antioxidante más potente que el ácido ascórbico (vitamina C), con propiedades similares al vino tinto en su rol de fuerte antioxidante y de inhibidor en la oxidación de lipoproteínas de baja densidad.

Contiene un estimulante llamado mateína que mejora la actividad mental, aumenta la energía, mejora la concentración, es ansiolítico a la vez que estimulante, aumenta la resistencia al cansancio mental y físico, es antidepresivo, etc.

Posee 15 diferentes aminoácidos, vitaminas B1, B2 (riboflavina), C, A, caroteno, y minerales como potasio, magnesio y manganeso que evitan el ácido láctico en los músculos, siendo un energizante natural indicado para deportistas.

El árbol de Yerba Mate es de la familia de las aquifoliaceas y por ende parecido al Laurel, de tronco gris blanquizco, con un diámetro aproximado de 30 a 40 centímetros y una altura promedio de de 2 a 6 metros, si bien en la Selva prístina se han encontrado ejemplares que alcanzan los 12 metros de altura. Sus hojas son alternas, de base estrecha y borde dentado, variando su tamaño de 8 a 10 cms. de ancho.

La planta del mate nace en zonas boscosas, subtropicales y templadas, en tierras rojas y altas, hasta unos 400 metros sobre el nivel del mar (Sur este de Paraguay, Sur oeste de Brasil, Misiones y Noreste de Corrientes.

En estos lugares, las raíces de la planta alcanzan un gran desarrollo, en profundidad y volumen, lo que explica su período de producción, cercano a los 150 años.

El mate es un gusto adquirido. Esto puede parecer extraño para los extranjeros; de hecho lo es, es una costumbre de la región y un gusto adquirido. Una vez contaba Luis Landriscina que estando si mal no recuerdo en Roma se pusieron a tomar mate y los miraban como si se estuvieran drogando.

También pasa que confunden la yerba mate fuera de la región con algún tipo de droga como la marihuana. Cuando un Papa vino a Argentina le dieron a probar un mate que indudablemente era amargo y apenas podía disimular el rictus en su cara.

No presuponga que porque estamos acostumbrados a tomarlo eso será placentero para extranjeros: hay que acostumbrarse. Y después sí, es como decían los gauchos, un vicio, nadie deja de tomarlo. Lo saben muy bien en las regiones como Siria donde se impuso, aunque lo toman en forma individual, cada uno con su recipiente.